• 26 de Abril

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El fin de semana salió el sol, llegaron las vacaciones de invierno y la alegría del cambio de fase, invitaba a recorrer la comuna. Salir, pasear, ver el lago, los volcanes nevados, los senderos. Todo bien, hasta que una larga fila de vehículos altera los planes.

Puerto Varas está colapsado, o al menos, está al borde del colapso. Moverse de un lugar a otro avanza de lento a imposible, media vuelta y mejor nos vamos. Entre estar encerrado en la casa a estar encerrado en el auto, mejor estar en la casa. Intentar volver se convierte en el otro paseo, menos lento, pero más frustrante. La expectativa se aleja en el retrovisor y la resignación se prolonga, así como se multiplican los tubos de escape emanando gases tóxicos.

Para los visitantes de la capital turística la travesía parte en la carretera. El peaje de la entrada norte y el de la entrada sur tienen de anfitrión una larga fila de kilómetros. Por lo general hay una, o con suerte, dos personas atendiendo para cobrar con un sistema obsoleto. El tiempo perdido no lo paga nadie y nadie pide disculpas.

Hay quienes no necesariamente están paseando, traslados por temas de trabajo o de salud, personas que esperan en el taco con niños chicos o con adultos mayores. La espera enfrenta al tedio, la postergación, el tiempo perdido sin querer, la frustración de lo evitable y la indefensión ante la permisividad del sistema que lo tolera. La espera también se enfrenta a problemas sencillos, pero no menos importantes, por ejemplo, que te den ganas de ir al baño y tener que aguantar cada minuto que dura el taco.

El crecimiento de Puerto Varas y de toda la cuenca del lago Llanquihue es real. El proceso migratorio como consecuencia del estallido social y la pandemia acentúa el problema. Aumenta la oferta de los departamentos y de parcelas, así como aumentan sus precios. Cada quince minutos aparece una nueva parcelación en el camino, la mayoría con nombres asociados a un tipo de árbol, de pájaro, alguna palabra de algún pueblo originario, o algo sobre las alturas, las vistas, los centenarios o la vida de campo.

Este crecimiento avanza mucho más rápido que las regulaciones. La multiplicación de los portones privados, las claves secretas y la entrega inmediata de los departamentos, implica también el aumento de autos y necesidades de servicios, pero, para la misma conectividad de siempre. Mientras, la seguridad parece tema aparte, como un anexo. Para los edificios altos bomberos no cuenta con la escalera adecuada. Para el caso de las parcelaciones, los accesos son difíciles, los caminos interiores muchas veces no tienen el ancho necesario para que pase el carro, los nombres de las parcelaciones son todos parecidos, entre otros problemas que inciden al enfrentar una emergencia.  

El trabajo estratégico entre las autoridades de la cuenca del lago Llanquihue, Puerto Montt y Osorno, es fundamental. Pero, si la vialidad es la misma, el sistema de transporte público el mismo, el sistema de cobro en carreteras el mismo, las obligaciones de mitigación para las parcelaciones y edificios las mismas, la diversificación de la oferta turística y la contención de la capacidad de carga la misma, el problema pronto no será el mismo. Será peor.

El crecimiento de la comuna y su mitigación obliga una mirada que sepa fortalecer diversos medios de transporte, sobre todo públicos. Tren, modernos buses eléctricos, lanchas solares, bicicletas, entre otros. Llenar de autopistas interurbanas y concesionadas, como pretenden muchos cirujanos del pavimento, cual bypass coronario, puede terminar cambiando el corazón de la identidad natural y cultural del destino. El imperio del auto privado, como única solución a los problemas colectivos, tiene una aislación que afecta el espíritu de los espacios públicos y altera la esencia de vivir en comunidad.

Cuando partió el Transantiago, año 2007, uno de sus argumentos era que el chofer tendría cobrador automático, así sería más seguro para los pasajeros. Ese argumento acá nunca llegó. Año 2021 y vamos corriendo las cortinas de las micros para desempañar las ventanas. Mientras, el abandono de las estaciones de trenes sigue ahí, todo rayado, con vidrio picado, en las férreas vías de su historia. El problema del taco no se trata sólo de las lentas filas de vehículos, sino del respeto hacia las personas que van al interior y el tiempo de sus vidas. No hay tiempo para más esperas.

Por: Pablo Hübner