• 26 de Abril

Sugeridos:


Puerto Varas está lleno de portones. Ir de un lugar a otro pasa por claves, cambio de claves, llamadas por teléfono a una persona para que abra. A veces se corta la luz, o algo falla, y es normal ver filas de autos con sus conductores mirando el teléfono, esperando que de pronto el portón les permita pasar. Esperando que otro auto se aproxime y tenga un control para abrir. Los problemas son más graves en el caso de emergencia, como los incendios, condicionando los tiempos de respuesta de manera determinante.

Por lo general los portones son negros. Tienen el letrero del lugar que protegen, un lugar que queda en la comuna, pero que no es parte de la comuna. Ahí se pide permiso para pasar. La legislación permite, incluso favorece, como cuando se suman los pasajes de las calles. Con el acuerdo de los vecinos se avanza en la iniciativa, asumiéndola como una manera inevitable de buscar seguridad. Por lo general la decisión se toma rápidamente después de que alguno de los vecinos del pasaje sufre un robo en su casa. La opción del portón aparece como un mal necesario, casi inevitable, al igual que invertir en alarmas, candados, rejas para las ventanas, iluminación, cámaras y tantas otras cosas más que ofrece el mercado. Armas.

Las noticias de robos, asaltos, violencia, peleas con resultado de muerte, se toman los medios. Los tiempos en los que en Puerto Varas no pasaba nada, en que se podía dejar el auto abierto y la puerta de la casa también, parecen haber terminado. Se identifican sectores conflictivos y se aumenta la vigilancia, pero, lamentablemente, no se conquista la sensación generalizada de que hay más seguridad que antes. Pasa lo contrario. Las medidas son cada vez más costosas y cada vez perjudican más la calidad de vida de los vecinos. Además, imponen una densa estela que recuerda lo perdido, tanto en lo chico como en lo grande. Por ejemplo, el otro día en la panadería vi que para sacar productos ahora hay que pedirlos, porque así no se los roban. Eso antes no pasaba. Antes se confiaba. Ya no. Esa derrota está siendo grabada por el circuito de seguridad en alta definición.

Hace unos meses, cuando fue el caos por las reparaciones en el camino Alerce, particularmente para quienes iban hacia el sector de Mirador, se habilitó de manera parcial, en horarios específicos, la opción de abrir los portones de un sector privado, y así, descomprimir el taco. Fue una solución de emergencia para un problema puntual. Una buena medida, pero pasajera. No se puede pasar por todas partes siempre. El libre tránsito tiene que vivir con la libertad de poner cada vez más rejas y portones.

La fragmentación motivada por la inseguridad está perjudicando la calidad de vida de los vecinos. Pasa alguien caminando frente a la casa y antes es sospechoso que simplemente alguien caminando. Lo mismo cuando un auto se estaciona. Un mensaje al grupo de whatsapp de los vecinos alerta la presencia. Anda un auto raro. El nervio aumenta hasta que alguno de los vecinos comenta que se trata de una visita agendada. Las sospechas se justifican, pero también se siente el cansancio. El desamparo de haber llegado a donde nadie quería ir y de que no queda otra.

Cuando se presentó a la comunidad la oportunidad histórica de renovar el cerro Philippi, mediante un experimental proceso de participación, se consultó de lo que era importante para los vecinos. Deporte, cultura, medio ambiente, familia. Y claro, cómo no, la seguridad. El proyecto cerro Philippi incluye en su renovación, como si fuera una virtud, enrejar el cerro completo. Es uno de los temas significativos del presupuesto. Para muchos puede ser un mal necesario, sobre todo para los vecinos del sector del cerro. Son ellos quienes más han podido padecer lo que pasa. La basura, el escándalo, el vandalismo, el robo de madera. Con todo, sigue siendo una medida severa, simbólica de un escenario adverso. El cerro pulmón, verde, vivo, abierto, público, circunscrito en sus límites con frío metal, para cuidarlo de la invasión del mal uso.

Cercar el cerro Philippi es una dura declaración de metal. ¿Así enfrentará la comuna sus problemas de seguridad? ¿Faltan o sobran rejas en Puerto Varas? ¿También se enrejarán las plazas para cerrarlas en la noche? ¿Cerrarán todas las canchas para asignar las llaves a organizaciones específicas? ¿Será tan cierto de que no queda otra? Puerto Varas avanza con rejas como una manera de conquistar espacios públicos. La paradoja es evidente y costosa, en todo sentido.

Por: Pablo Hübner