• 10 de Diciembre

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Las crisis políticas en su mayoría son producidas por obra de la acumulación de “condiciones” que las hacen estallar, ya el informe de Desarrollo Humano levantado por el PNUD el año 1998 advertía la existencia de ello:

“El malestar antes mencionado no configura una inseguridad activa, expresada en protestas colectivas. Es un malestar difuso (y quizás confuso por el hecho mismo de no vislumbrar un motivo). No por ello debe ser descartado como una insatisfacción propia de la naturaleza humana. El malestar puede engendrar una desafiliación afectiva y motivacional que, en un contexto crítico, termina por socavar el orden social.” Pese a esto y los sucesivos informes elaborados por distintos centros de estudio, ONG´s y cuanto otro organismo pretendía revelar la existencia de dicho malestar, no sucedió nada que evitara lo lógico.

De igual forma, con el paso de los años este “malestar difuso” se conformó en una insatisfacción hacia el sistema político en su conjunto, y se plasmó en una serie de indicadores que exponían la insolvencia de nuestra democracia. Como, por ejemplo, una alta abstención electoral, baja inscripción en partidos políticos y desconfianza en las instituciones públicas y privadas.

En paralelo, mientras el sistema no era capaz de resolver el malestar, más conseguía que se encapsulen las condiciones que detonarían la crisis de éste.

Sobre los daños a los activos de propiedad privada y/o pública, no me corresponde a mí efectuar juicios de valor, lo que sí evidencio, es la intención de equiparar objetivamente el descontento acumulado durante 20 años en que la ciudadanía se sintió irrelevante.

Finalmente, creo que encontramos la respuesta a cuánta desigualdad podía soportar nuestra democracia, y lo hicimos en la peor de las formas.

Miguel Godoy Levín.

Administrador público

Licenciado en ciencias políticas Ulagos.