• 24 de Abril

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En 1970, a los 17 años tuve tres experiencias que me dejaron una lección que quiero compartir.

La primera fue en el departamento de mis abuelos en Buenos Aires. Mi abuelo Miguel me esperaba. Me llamó a sentarme a su lado y me hizo la pregunta que a todo joven se le debe hacer: “¿sabes que todo lo que logres en esta vida será por tu propio esfuerzo, nadie lo hará por ti?”. La respuesta correcta era una sola: “sí, abuelo”. “Quería estar seguro”, dijo, y cambió de tema.

Fui después a cumplir mi obligación militar en un regimiento en Santiago. En el grupo asignado para el examen médico, un joven a mi lado salió rechazado por malnutrición. Sentí una pena tan grande por él, imaginando la insuficiente leche que recibió como dependiente del Estado.

Había sido instruido sobre marxismo en el colegio particular donde estudié. Como alumno universitario en una escuela de orientación marxista, me tocó ver como se obtenían votos para elegir a Salvador Allende. Vi también al candidato desde el Prince of Wales Country Club del cual ambos éramos socios. Allende fue borrado de la lista de socios morosos y una carta a la entrada de los camarines expresaba el orgullo del club que uno de sus socios había sido elegido presidente.

A pesar de estar rodeado de marxistas, inclusive muchos idealistas y esperanzados, no me convencía que esas ideas nos llevaran a otra cosa que al odio y a la miseria. Pero ¿cómo era que tantos conciudadanos estaban dispuestos a embarcarse en esta montaña rusa? Detrás de la palabrería que intentaba justificar esta ideología, se encontraba la verdadera motivación: la esperanza de cada uno de cosechar donde no ha sembrado. El rápido colapso de la economía restó a los revolucionarios el apoyo popular necesario para superar los obstáculos constitucionales diseñados para evitar su toma del poder absoluto y escapamos de ser otra Cuba.

52 años después, los índices de desarrollo muestran un país mucho más próspero, donde ya no se ven niños desnutridos. El marxismo ha fracasado en todas partes, pero se aferra en algunas dictaduras cuya crueldad mantiene a la población encadenada y en la miseria. Pero nuevas generaciones de marxistas venden “derechos sociales” que son lo mismo que antes: la esperanza de cada uno de cosechar donde no ha sembrado. Piénselo: eso es autorizar que el Estado robe a terceros para entregarle el botín a Ud. Además de ser inmoral, quien aprueba esto debe confiar que el botín a robar sea suficiente, que la tajada del Estado no se lo consuma todo, que el sobrante se lo entreguen a él, que la letra chica no contenga sorpresas, que no sea él también víctima y que el colapso de la economía y una guerra civil no nieguen cualquier ventaja que obtenga. ¿No será mucha confianza? Pregúntele a cualquier venezolano.

La diferencia es que en esta oportunidad los revolucionarios han mandado hacer una constitución a su medida, para no requerir el consentimiento del electorado ante el inevitable colapso en la economía, la polarización de la ciudadanía y la desintegración de Chile que causarían. Mientras aún vale nuestro voto, usemos el sentido común y rechacemos la propuesta constitucional que no es más que darles permiso para esclavizarnos.

Thomas Poulos