Con el corazón encogido. Así leí esta historia que es pura humanidad. Un anciano deja atrás su aldea hecha polvo y cenizas por la guerra. Arranca hacia adelante, hacia el mar para buscar la esperanza en medio de tanta miseria. Pero él se siente rico, porque lleva a la sangre de su sangre, a su nieta en brazos. Y también dos tesoros adicionales: una vieja fotografía y el saquito de tela con un poco de tierra de su aldea. Es el señor Linh y ésta es su historia.
Una historia conmovedora por los cuatro costados, de sobrevivencia en el exilio forzado, que realza el coraje y la resiliencia y especialmente el valor de la amistad, esa que no necesita de idiomas porque se comunica con el alma. Pero por encima de todo, está ese indescriptible amor de un abuelo hacia su nieta. Bueno, en realidad Claudel logra describirlo ¡y de qué manera!
Con un lenguaje sencillo, de estilo ahorrativo, “minimalista” le dicen los entendidos, sin adornar nada, sin pompa, roza la perfección desde lo breve de las frases y los párrafos, sin renunciar a lo poético de la narración como cuando “En el cielo, las golondrinas escriben invisibles poesías en la suave brisa”.
Cuando queda sólo un poco de vida, cuando ya no hay familia, ni patria ni tiempo, entonces los sueños aunque sean inútiles y difuminados te sostienen para seguir. Al escribir mis sensaciones sobre este libro que terminé de leer hace tiempo, tengo que reconocer algo que sucede con pocas lecturas: que al recordarla me sigue apretando el corazón. Y a la vez pienso que toda la humanidad cabe dentro de una persona aunque sea de ficción. Cabe dentro de un personaje entrañable e inolvidable como el señor Linh.