¡Qué enorme construcción literaria presenta Steinbeck en esta novela corta! Una epopeya de humildes pescadores de perlas, de un realismo estremecedor y al mismo tiempo poética, lírica en su retrato del ambiente físico, cultural y social que cruza toda la obra.
Una familia: Kino, Juana y Coyotito, el bebé. ¿Qué ocurre? Coyotito es mordido por un escorpión. El ansia que le produce esa terrible amenaza del veneno en el cuerpo de su hijo, hace que Kino bucee como nunca buscando la gran perla, quimera nunca encontrada, aquella que puedan vender para pagar al médico y les cambie el destino. Y la encuentra. A partir de allí todo cambia.
Sabes lo que va a ocurrir pero no puedes impedir cómo te sube, cómo te brota la indignación por el abuso y la injusticia, aunque lo que ocurre en esa aldea de pescadores es tan previsible y tan antiguo. Sentir lo mismo que por la familia migrante de “Las uvas de la ira”. Empatizar, condolerse por el sueño trunco, ese de Kino al contemplar la Perla del Mundo: “Tan hermosa, tan suave, tan musical, una música de delicada promesa, garantía del futuro, la comodidad, la seguridad. Su cálida luminiscencia era un antídoto a la enfermedad y un muro frente a la insidia. Era una puerta que se cerraba sobre el hambre”.
Y la médula de ese sueño enternecedor de Kino, el padre: “Mi hijo leerá y abrirá los libros, y escribirá y lo hará bien. Y mi hijo hará números, y todas esas cosas nos harán libres porque él sabrá, y por él sabremos nosotros.”
La subyugación y la pérdida de la libertad, a tal punto de ni siquiera aspirarla, se construyen de generación en generación. Se dice aquí que van cuatrocientos años y muchas generaciones de oprimidos. “Desde el día en que llegaron los extranjeros con su autoridad, su pólvora y sus sermones”.
Pero cuando Kino y Juana viven el sueño aunque sea por un día y actúan para hacerlo realidad vale la pena. Y así también, las grandes perlas del mundo se hacen abundantes en los vientres de las ostras.