Digamos de partida, que la verdadera amistad no tiene fronteras, no tiene edad, tiempo, ni distancias, y perdura para siempre en el alma y en el corazón de las personas.
Cuando una persona revisa el significado de la palabra “amistad”, se encuentra con la siguiente definición: “Relación de afecto, simpatía y confianza que se establece entre dos –o más– personas que no son familia”. Esta relación de afecto se presenta en distintas etapas de la vida y con diferentes grados de importancia, significado y trascendencia.
A raíz de lo anterior, nos encontramos con “amistades que se forjan cuando las personas están en el colegio y que pueden perdurar por el resto de la vida de ese grupo de individuos, sin que importe el hecho que estén separados por cientos y, en ocasiones, por miles de kilómetros”. De ahí que se diga que una amistad no crece por la mera presencia de las personas, sino que por la magia que se produce de saber que aunque no las veas, llevas a esos amigos(as), en el fondo de tu corazón. Eso también, es parte de la verdadera y genuina amistad.
Por otro lado, el historiador y filósofo griego, Plutarco, decía que “él no necesitaba un amigo que pensara como él y que le diera la razón en todo, ya que para eso tenía una sombra que lo hacía, incluso, mucho mejor”, queriendo destacar con esta reflexión, que si bien los amigos deben ser fieles, comprometidos y leales con uno, no significa que no puedan –o no deban– estar en desacuerdo con uno, y decirnos las cosas en la cara y de frente, a fin de evitar, por ejemplo, que cometamos errores, que luego pagamos caro.
Es preciso diferenciar entre un “amigo” y un “compañero”, por cuanto, entre ambos conceptos existe una gran brecha, ya que cuando hablamos de amistad, estamos señalando la existencia de un afecto personal recíproco y desinteresado, que surge entre dos personas y que se va fortaleciendo con el paso del tiempo. En tanto que cuando hablamos de un “compañero”, en este caso, se trata de una persona con la cual se comparte un trabajo, la práctica de un deporte o los estudios. En este sentido, la verdadera amistad se convierte en una relación de confianza, afecto y lealtad hacia el otro, donde la palabra empeñada se hace carne y realidad.
En una verdadera amistad, las personas tienen que hacer un esfuerzo personal y poner de su parte, buscando siempre el bien del otro, aceptándolo(a) tal como es, es decir, con sus virtudes y con sus defectos, y no como uno quisiera que fuera, “donde la condición previa para la amistad, surge desde uno de los principales pilares y valores del ser humano, a saber, el respeto mutuo”.
Si una persona nos agrada, nos cae bien, nos simpatiza, nos acoge y escucha nuestras ideas y opiniones, esa persona se convierte en el mejor ejemplo de amistad, una amistad que puede perdurar toda la vida y que está con nosotros en las buenas y en las malas. En este sentido, hay amistades que se vuelven tan relevantes para nosotros, que incluso llegan a ser más importantes y significativas que algunos miembros de la propia familia.