• 07 de Febrero

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Para la gran mayoría de los chilenos y de los habitantes del planeta, el partido comunista latinoamericano es el concentrado de las desesperanzas, el receptáculo de las odiosidades y de los revanchismos nacidos de las más diversas frustraciones. Cuando el comunismo penetra la democracia es un infiltrado en territorio enemigo, un espía incómodo y pasajero, porque ella en su afán de trasparencia, verdad y conciliación, pone en peligro sus fundamentos. Quizá ayer los comunismos reales se vistieron de ideales marxistas, pero hoy ya sin idealismos, su impulso es el desquite, el saqueo y el engaño para resarcirse de la atención, de la belleza, de la riqueza y del poder que en otros lo obsesiona. Así, desilusionado del pueblo y de la historia, el partido comunista latinoamericano es el triste lastre convertido en mito, de los abusos, discriminaciones y traumas de nuestra convivencia imperfecta, que se agrian y agudizan en su interior. Su estrategia es en consecuencia, la destrucción desde adentro o desde afuera de la democracia, de la raigambre histórica, de la moral y de las instituciones que los hacen posible.

Revolución Democrática y el Frente Amplio (tan amplio que engendra “independientes” en cantidades y hasta demócrata cristianos de papel) fueron un misterio hasta hace poco. Desde la intimidad de los “jureles” adolescentes de Providencia, adonde entre sus fundadores además de Giorgio Jackson y Miguel Crispi, está Camila Ponce, jefa de campaña de nuestro alcalde Tomás Gárate, y hasta la indefinición de un presidente Boric victima del trastorno de personalidad múltiple.

Parecían ser una aglomeración de eternos estudiantes con un ideario difuso, pero impacientes por atención y poder. Nativos de Facebook, expertos en la creación de “eventos” en las RRSS, hijos de hogares acomodados pero con familias ausentes, huérfanos de una época de anorexia espiritual y de una democracia decadente, culposos de complicidad. Se declararon amigos de la “deconstrucción”, comparsas del nuevo “lenguaje inclusivo e identitario” desarrollado desde la odiosidad comunista y predicadores de la moral impoluta de jóvenes aún no contaminados por la realidad. Una realidad que ellos temen y denuncian como heredera de la corrupción de las generaciones anteriores y especialmente de aquellos arrepentidos o no de sus pecados, que no son parte de los adeptos a su “doctrina”. Una doctrina “transformadora” e intolerante, fundada en una certidumbre mesiánica pintada de verde, desde adonde emerge un afán desmesurado de control y planificación, un terror inconsciente a la espontaneidad y a la vida que los paraliza  y que busca esconderse en una sonrisa de sapiencia lírica que sólo es genuina  en la difusión y adoctrinamiento público permanente de sus simbologismos mitológicos.

Pero la impúdica acusación a las izquierdas y centros de la política nacional que emanó desde esta Nueva Izquierda, y su fructífera cohabitación y complicidad en el poder y el engaño con el partido comunista para “deconstruir” y saquear Chile desde el interior de la democracia que públicamente protagonizan sus partidarios, develan con claridad definitiva su verdadera doctrina. Dicha doctrina como la comunista, no es ingenua. Está fundada en la castración de la esperanza, en la necesidad de destruir la democracia, la historia, la moral y las instituciones, para imponer su “revelación”. Esa revelación granítica, tan propia de tiranos.

Es que el nombre del partido es de lo poco genuino que le queda: Revolución y Democracia son incompatibles…aunque a la revolución le llamen “transformación”, a sus futuras células “mesas barriales” y sus miembros más activos insistan en llamarse “independientes”.