Los países, regiones y ciudades - como las personas-, vivimos un proceso vital de encuentro o una crisis de desencuentro con aquello que nos define, con esa identidad propia compuesta por características únicas que nos hacen diferentes. Su desarrollo nos vitaliza cuando dichas características emergen desde nuestra verdadera vocación, o nos frustra cuando resultan ajenas, impuestas a la fuerza o por simple imitación.
La identidad es una trayectoria en la que nos embarcamos respetando el patrimonio cultural, la tradición y la innovación genuina, o que pervertimos con la codicia cortoplacista, la corrupción pública y con el injerto a la fuerza de espejismos refundacionales propios de ideologismos odiosos, nacidos desde el Podemos de España o desde la crisis valórica de EEUU, ajenos a nosotros y a nuestra realidad.
Nuestra Región posee una clara vocación y su enorme potencial es evidente, no obstante la estridencia de falsos dilemas y perdidos discursos de grandeza y gigantismo urbano que emergen desde la ignorancia y desde la pasión de las campañas políticas que hoy invaden la vida pública y privada de izquierda a derecha.
Agricultura, Acuicultura y Turismo se llaman los pilares de nuestra identidad, íntimamente ligada a la naturaleza y que en la espontánea complementariedad de sus industrias y mixtura de sus gentes, busca tejer desde hace siglos la trama de una Cultura Local muy propia, geográficamente dispersa y profunda.
Desde la agroindustria y el asentamiento al interior de la Región de sus fundadores venidos del Norte de Europa, emerge una cultura milenaria impregnada de localidad cuyas manifestaciones son diversas y únicas. Su austeridad y orden, su sentido comunitario y estético se proyectan sobre la arquitectura, el jardín, la trama urbana, la Iglesia, el Colegio, el Hospital y el Club. Su profundidad, en la música, la gastronomía, el reloj, los uniformes y las Artes, mezcla irrepetible de Selva Negra y Tejuela de Alerce.
Desde los mares interiores del archipiélago emerge otra cultura nacida del nomadismo náutico y la recolección. Chiloé, un pueblo centenario y mixto de navegantes aislados del mundo por siglos de conquista, humo y mitología. Sobre la improvisación de sus asentamientos isleños y su versión de la pesca y de la agricultura de subsistencia, fluye la tradición de la Minga, el Reite, el Rezo y de la Carrera, reflejos de un profundo sentido comunitario, junto a una práctica muy propia de la religión de sus antepasados, reflejada en su realismo mágico y en la materialidad única de sus Faros – Iglesias que señalan sus poblados.
Más reciente, nuestra región experimenta una ola inmigratoria desde el Chile de la Reconstrucción, ese entusiasmo emprendedor sin apellidos ni discurso que reconstruyó nuestro país a partir de los despojos institucionales y económicos de los setenta. De aquí emerge con una fuerza inesperada la Acuicultura del Sur de Chile. No podía ser sino exitosa, tratándose de la mezcla precisa de agricultura y mar, de destreza en el cultivo y la crianza, disciplina y perseverancia de la cultura interior- Osorno y Lago Llanquihue-, con la pericia náutica, ribereña y nómade de la cultura de las islas de Chiloé. Ellos hacen hoy de Puerto Montt -no obstante su disfuncionalidad urbana-, la Capital de la Acuicultura del Hemisferio Sur.
Finalmente, desde un proyecto visionario que unió Chile y Argentina y que familiarizó al Lago Llanquihue con la Cordillera Interior y sus inigualables valles, lagos y ríos, se desarrolló por décadas el Turismo de Naturaleza e Intereses Especiales. Una experiencia turística de elite que supo ofrecer la vivencia de las diversas culturas fundantes de la Región en el despliegue único de naturaleza y residencia que ella ofrece, hasta convertir el Destino Lagos y Volcanes en un punto conocido del mapa de la industria turística global.
La Agroindustria en Osorno, El Turismo y la Residencia en las ciudades del Lago Llanquihue y la Acuicultura en Puerto Montt, son piezas independientes y complementarias de nuestra identidad regional. Fusionarlas a la fuerza en el probado fracaso de una Zona Metropolitana, es condenar irremediablemente la Región.