• 19 de Abril

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Se acerca la navidad, la noche buena, los regalos bajo el árbol. No hay tantas sorpresas a la hora de evaluar el presupuesto disponible. Este año la economía cruje las consecuencias de la pandemia, la guerra, la inflación, que afecta casi todos los productos del supermercado, más el precio de la bencina, que está por las nubes. Ni sexto retiro, ni el IFE, ni préstamo solidario de emergencia, ni nada que se le parezca, será parte de estas fechas.

El comercio informal está desatado en varias comunas de Chile. Puerto Varas no es la excepción. Ni los partes de cortesía, ni las campañas informativas, ni las multas, logran cambiar la realidad. Lejos de eso, la situación se ha multiplicado y diversificado. Ya no se trata sólo de las calles del centro, ahora se suman los accesos, la entrada norte, el inicio del camino hacia Ensenada, las calles residenciales de cualquier barrio, donde una mesa plegable, una camioneta, un furgón, pasa a ser una verdulería, una tienda de hamacas, pieles de animales, quesos, calendarios 2023, canastos de mimbre, maceteros, cuadros pintados a mano en la misma calle, juguetes de los personajes de la televisión. También hay pastel de jaiba, ceviche de salmón, empanadas, frutos secos, cajas de cerezas de exportación, junto a camiones antiguos, cargados con leña de procedencia desconocida. Entre los vendedores informales proliferan los cantantes, quienes obligan a escuchar su talento desde un parlante, que curiosamente siempre puede ser más grande. También hay artistas en el semáforo, ofreciendo la actividad cultural de malabarismo con cuatro pelotas de tenis. Tal vez tres. Depende de la experiencia laboral. El servicio amenazante de la persona que limpia el vidrio del auto en la luz roja aún no llega, pero su arribo es cosa de días. El verano 2023 promete.  

Los locales comerciales que cumplen con todo lo que se les exige, deben aceptar, sin mayor resguardo, que frente a sus negocios hay comercio informal. Cada vendedor informal hace lo que quiere, con la justificación de que cada quien hace lo que puede, concediendo la idea de que no queda otra. La irregularidad es defendida como una reacción, empujada por un sistema injusto, donde sólo ganan los mismos de siempre, hasta cierto punto. La vulneración ejerce de punto de quiebre.

Los problemas que trae el comercio informal para la comunidad son conocidos, pero no por eso existe un rechazo tajante a esta actividad. Por el contrario, el comercio informal se mantiene precisamente porque hay quienes compran, sin boleta, sin garantía, sin nada más que un buen precio y una sonrisa agradecida. Casera, casero, vuelva luego. La condescendencia con la necesidad indesmentible, tiene también un sentimiento de oportunidad entre los dientes. Están quienes la están haciendo porque igual se puede, y quienes la hacen porque no les queda otra. Un mejor precio, un mejor producto, un mejor ingreso, son motivos más fuertes que cumplir con la normativa decorada navideñamente como injusta. La necesidad, que es real, y el abuso de la necesidad, que también es real, se encuentran en la misma vereda. Es ahí donde los autos se detienen y dejan las luces intermitentes encendidas.

Los vecinos que reclaman son acusados de sapos, cuando la situación es tan evidente, que no merece tantos observadores para caer en cuenta del cuadro. El corre que te pillo ya ni corre, ni pilla. El comercio informal está en todas partes. La costumbre hace la ley, lo que se permite es lo que es. Pagar las multas de vez en cuando pasa a ser el nuevo permiso para trabajar.

Cuando las faltas de unos son las que explican las faltas de otros, se escucha el ruido de las grietas. Una sociedad que permite que prevalezca la norma de quien impone sus términos, es un problema. Sería fácil decir que la culpa es del municipio, de la fiscalización policial, de los compradores, de los vendedores. Sería aún más fácil decir que la culpa es del escenario económico. Así, poder sostener que no queda otra, hasta que todo cambie. Pero no, la crisis es moral. La confianza no es posible sin respeto. La crisis es de confianza. El vacío de liderazgo tiene su puesto en la calle.

Por: Pablo Hübner