• 03 de Octubre

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OPINIÓN: Daniela y el Día Internacional de la Mujer

Columna de Susana Arancibia, psicóloga y docente de los Magíster Familia, Infancia y Adolescencia y en Resolución de conflictos y mediación sociofamiliar, de la Universidad del Pacífico


Desde el año  1975, cada 8 de marzo se celebra en todo el mundo el Día Internacional de la Mujer, fecha  establecida por Naciones Unidas que  busca conmemorar los logros alcanzados en la lucha por los derechos de las mujeres; y al  mismo tiempo, intenta  evidenciar las graves  violaciones de derechos humanos que aún persisten frente a determinados grupos más  vulnerables y /o en situación de indefensión, en determinados  contextos.

En este sentido, el  premio Oscar  de la Academia obtenido por la  película  chilena   “Una Mujer Fantástica”, dirigida por Sebastián Lelio y protagonizada por Daniela  Vega, implica  un  doble logro, puesto que más  allá de la delicadeza de la  historia,  pone en el centro de la discusión aquellos temas que vivimos en la cotidianeidad de nuestras vidas pero que, en la mayoría de las circunstancias optamos por obviar; la lucha por superar la discriminación, potenciar la integración  y  el respeto  por  las libertades individuales con independencia del sexo  o  género  con el que cada cual  se identifica.

Daniela, la protagonista de la  historia, una  mujer transexual,  nos  evidencia  su  lucha por ser reconocida   como  mujer  y  como  persona  sujeta de  derechos, una lucha  por  el reconocimiento  y la  igualdad que supera las  barreras de género  hombre o  mujer,  simplemente por la belleza de  existir. 

En la actualidad  y pese a las no pocas dificultades  históricas, el concepto de género  ha sido  ampliamente trabajado a niveles académicos, políticos, éticos y legales contemporáneos, entendiendo que la   integralidad del ser humano  supera  la biología, puesto  que  en el desarrollo de la identidad sexual  inciden  aspectos  tan  relevantes como  la  familia, educación y la cultura  en que cada persona se  desenvuelve. Así en la actualidad el concepto de género obedece a una compleja multiplicidad de  factores  mutuamente intervinientes.

Frente a la histórica declaración de desigualdad vivenciada entre  hombres  y mujeres,  hoy es posible constatar que en algún momento se estableció dicho concepto como sinónimo de inferioridad, transformándose así en una trampa.  Si se admitía que las  mujeres son distintas de los hombres, se debía comprender implícita y explícitamente  la subordinación. ¡Gran error!

Frente a esta  posición  surgen  otras miradas que  se centraron en negar la  diferencia  sexuada entre  mujeres y varones, los Gender Studies  en  una línea más radical proponen  ignorar y eliminar cualquier referencia a la corporalidad de la persona, así  el  “sexo queda reducido a  un  mero dato anatómico, sin trascendencia antropológica alguna” (Butler, 2007) propiciando  así  que toda diferencia entre  hombre y  mujer  obedecen a los   procesos de  socialización  propios de la  cultura donde se encuentran  insertos.

Otras  líneas  alternativas  de pensamiento, propician  una teoría de género  que  permitan resaltar  la  riqueza de la  identidad sexual  y  de género  de  cada  persona, valorando la  igualdad de las mujeres frente a los hombres, pero también las diferencias frente a estos. Donde ambas dimensiones  son valiosas para la existencia   humana.

Un modelo   interesante de considerar es   la  “igualdad en la  diferencia, también denominado complementariedad y corresponsabilidad”  (Aparisi – Millares, 2012, 2013, 2016) que intenta  integrar armónicamente las  categorías de igualdad y diferencia  entre ambos sexos.  

Respecto de la igualdad,  estudios psicológicos han demostrado que las semejanzas entre  mujeres  y hombres  son superiores a las  diferencias  que  se presentan.  Ejemplo de esto  lo constituyen  los  elementos estructurales comunes, tales como, la dignidad intrínseca a cada individuo, con sus correspondiente igualdad de  derechos y  por ende  su  carácter relacional, entendiendo que  la existencia de  cualquier ser humano con independencia de su género o sexo,  depende  de su capacidad de relación con el entorno  y particularmente con  otros.

Por su parte las  diferencias entre  hombres y  mujeres obedecen  en  una primera  instancia  a   un punto de  vista  biológico de carácter  innegable que imprime un sello  en la  vida de todo ser  humano, la  denominada  “identidad natural básica” de la biología  humana. La constitución personal,  sexual, familiar y social se  integran a  partir de este aspecto fundante, marcando la  vida de la  persona,  por tanto, la condición sexual  se convierte en una aspecto central , consubstancial  a cualquier proyecto  de vida en la  búsqueda de la propia  identidad  y finalmente de la  felicidad de cada  persona. 

Infortunadamente las expectativas  socioculturales y  familiares  sobre un determinado  individuo  tienden a cambiar dependiendo de su configuración de ser mujer o varón asumiendo erróneamente  valores  o aspectos propios femeninos o  masculinos. Al respecto es importante resaltar que las cualidades y habilidades son siempre de tipo personal, y estas pueden mutar, o bien desarrollarse a través del tiempo; un claro ejemplo lo constituyen los estudios que demuestran que los hombres en general a  partir de los 35 años, tienden a desplegar más su ternura, (Palazzani, 2002), características considerada intrínsecamente femenina y que en lo concreto se asocia con el descenso de los niveles de testosterona.

Así, parece ser que  hombres  y mujeres  presentan  modos complementarios de percibir la realidad,  por ejemplo;  ambos son   fuertes, sin embargo   la percepción de fortaleza  femenina es distint