Desde el año 1975, cada 8 de marzo se celebra en todo el mundo el Día Internacional de la Mujer, fecha establecida por Naciones Unidas que busca conmemorar los logros alcanzados en la lucha por los derechos de las mujeres; y al mismo tiempo, intenta evidenciar las graves violaciones de derechos humanos que aún persisten frente a determinados grupos más vulnerables y /o en situación de indefensión, en determinados contextos.
En este sentido, el premio Oscar de la Academia obtenido por la película chilena “Una Mujer Fantástica”, dirigida por Sebastián Lelio y protagonizada por Daniela Vega, implica un doble logro, puesto que más allá de la delicadeza de la historia, pone en el centro de la discusión aquellos temas que vivimos en la cotidianeidad de nuestras vidas pero que, en la mayoría de las circunstancias optamos por obviar; la lucha por superar la discriminación, potenciar la integración y el respeto por las libertades individuales con independencia del sexo o género con el que cada cual se identifica.
Daniela, la protagonista de la historia, una mujer transexual, nos evidencia su lucha por ser reconocida como mujer y como persona sujeta de derechos, una lucha por el reconocimiento y la igualdad que supera las barreras de género hombre o mujer, simplemente por la belleza de existir.
En la actualidad y pese a las no pocas dificultades históricas, el concepto de género ha sido ampliamente trabajado a niveles académicos, políticos, éticos y legales contemporáneos, entendiendo que la integralidad del ser humano supera la biología, puesto que en el desarrollo de la identidad sexual inciden aspectos tan relevantes como la familia, educación y la cultura en que cada persona se desenvuelve. Así en la actualidad el concepto de género obedece a una compleja multiplicidad de factores mutuamente intervinientes.
Frente a la histórica declaración de desigualdad vivenciada entre hombres y mujeres, hoy es posible constatar que en algún momento se estableció dicho concepto como sinónimo de inferioridad, transformándose así en una trampa. Si se admitía que las mujeres son distintas de los hombres, se debía comprender implícita y explícitamente la subordinación. ¡Gran error!
Frente a esta posición surgen otras miradas que se centraron en negar la diferencia sexuada entre mujeres y varones, los Gender Studies en una línea más radical proponen ignorar y eliminar cualquier referencia a la corporalidad de la persona, así el “sexo queda reducido a un mero dato anatómico, sin trascendencia antropológica alguna” (Butler, 2007) propiciando así que toda diferencia entre hombre y mujer obedecen a los procesos de socialización propios de la cultura donde se encuentran insertos.
Otras líneas alternativas de pensamiento, propician una teoría de género que permitan resaltar la riqueza de la identidad sexual y de género de cada persona, valorando la igualdad de las mujeres frente a los hombres, pero también las diferencias frente a estos. Donde ambas dimensiones son valiosas para la existencia humana.
Un modelo interesante de considerar es la “igualdad en la diferencia, también denominado complementariedad y corresponsabilidad” (Aparisi – Millares, 2012, 2013, 2016) que intenta integrar armónicamente las categorías de igualdad y diferencia entre ambos sexos.
Respecto de la igualdad, estudios psicológicos han demostrado que las semejanzas entre mujeres y hombres son superiores a las diferencias que se presentan. Ejemplo de esto lo constituyen los elementos estructurales comunes, tales como, la dignidad intrínseca a cada individuo, con sus correspondiente igualdad de derechos y por ende su carácter relacional, entendiendo que la existencia de cualquier ser humano con independencia de su género o sexo, depende de su capacidad de relación con el entorno y particularmente con otros.
Por su parte las diferencias entre hombres y mujeres obedecen en una primera instancia a un punto de vista biológico de carácter innegable que imprime un sello en la vida de todo ser humano, la denominada “identidad natural básica” de la biología humana. La constitución personal, sexual, familiar y social se integran a partir de este aspecto fundante, marcando la vida de la persona, por tanto, la condición sexual se convierte en una aspecto central , consubstancial a cualquier proyecto de vida en la búsqueda de la propia identidad y finalmente de la felicidad de cada persona.
Infortunadamente las expectativas socioculturales y familiares sobre un determinado individuo tienden a cambiar dependiendo de su configuración de ser mujer o varón asumiendo erróneamente valores o aspectos propios femeninos o masculinos. Al respecto es importante resaltar que las cualidades y habilidades son siempre de tipo personal, y estas pueden mutar, o bien desarrollarse a través del tiempo; un claro ejemplo lo constituyen los estudios que demuestran que los hombres en general a partir de los 35 años, tienden a desplegar más su ternura, (Palazzani, 2002), características considerada intrínsecamente femenina y que en lo concreto se asocia con el descenso de los niveles de testosterona.
Así, parece ser que hombres y mujeres presentan modos complementarios de percibir la realidad, por ejemplo; ambos son fuertes, sin embargo la percepción de fortaleza femenina es distint