• 18 de Abril

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18 de octubre del 2019. Hoy se cumplen 3 años. Durante esos días los locales comerciales de la comuna estaban con latones grises en sus fachadas para evitar saqueos y piedrazos. Los latones tenían rayados, muchos de ellos con ofensas. La capacidad de control vivía el desborde más absoluto en todo el país. La violencia se expresaba campante, mientras en el debate público había quienes la validaban. La idea de que el sistema y sus injusticias eran mucho más violentos que la violencia expresada en las calles, se ofrecía deslizante como una licencia de normalización. La nueva normalidad.  

La sensación a cada momento era de qué pasó ahora. En Puerto Varas el estallido social se vivió con más tranquilidad que en el resto del país, pero no por eso libre de problemas. Los escolares se tomaron la calle en San Francisco con Del Salvador, plena tarde. Hicieron una ronda con una fogata en el centro. Los vecinos no podían transitar por el sector. Se le llamó manifestación pacífica. Durante esos días se vivió el intento de incendiar la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús. También la toma parcial del acceso norte en la carretera, en más de una oportunidad, que seguía a lo que estaba pasando en Puerto Montt.

En el debate público diversas voces celebraban en calidad de heroísmo el hecho de que los escolares evadan el metro, y se validaba el abuso del que baila pasa, como si eso fuera una fiesta ciudadana, o algo asociado a la democracia, la libertad, o la justicia. Saqueos y daños marcan cada jornada. Los conflictos duraron meses, aunque la pandemia en marzo del 2020 calma la situación. No obstante, con mascarilla, para el primer aniversario del estallido social, octubre 2020, manifestantes rompen con piedrazos los vidrios de la comisaría del centro de la comuna.

La violencia en Chile genera daños en el metro, las iglesias, los paraderos, las calles, los locales comerciales, los museos, y mucho más. La destrucción es inédita. Hoy se acusa criminalización de un movimiento mayoritario, pero es difícil separar el rol de la violencia en el relato del estallido social. En ese marco se cuestiona el trabajo de las fuerzas policiales, los excesos, los errores, mientras se levanta como estandarte la figura de un perro bautizado como Matapacos. El peso de la interpretación del lema nacional: por la razón o la fuerza, se vuelve como una navaja de doble filo. Se desconoce el rol de la institucionalidad, la autoridad, y se equipara el espacio entre ellos y nosotros, dibujando una fractura de poder, traición, incluso, una jadeante política del odio. Así, se delata que la crisis más que política, es moral.

El acuerdo nacional de noviembre del 2019 que da inicio al proceso constituyente busca encauzar las aguas desde la institucionalidad. Este acuerdo no tiene la firma de todos partidos políticos, pero sí tiene las firmas necesarias para validarse y seguir adelante. El trabajo de la Convención Constitucional consigue desarrollar en el plazo pactado una propuesta, pero no su aprobación. Hay críticas tanto al proceso como al resultado, cuestionamientos incluso al propósito, sobre todo en su aspecto fundacional. El triunfo del rechazo es categórico. Hoy se debate un nuevo proceso, probablemente, con otros mecanismos. La incertidumbre sigue. Las demandas ciudadanas siguen.

El daño del estallido social, sumado a la pandemia, tiene efectos severos, sobre todo en la educación. El respeto cívico por la institucionalidad, la prudencia, la conversación, se ha derramado y confundido. El espectáculo, la farandulización de la política, es parte del problema, dando cuenta de la necesidad urgente de que la política profesional prevalezca por sobre el debate de los lugares comunes y su oportunismo, sobre representado diariamente en las redes sociales.  

La idea cansada de que no son 30 pesos, son 30 años, porta la soberbia ingenuidad de suponer de que los problemas profundos se solucionan de manera sencilla, y de que, si no se han solucionado hasta ahora, es por desidia, egoísmo, corrupción, o falta de participación. A esa idea se le suma la cosa generacional de creer poder hacer todo mejor que quienes antes estuvieron en los cargos, básicamente, por la obvia falta de experiencia en errores. Tal vez este es el principal error. 

La pandemia, el maratón de elecciones de los últimos años, el cambio de gobierno, los primeros meses para la expresión de toda su debilidad a nivel regional, nacional, internacional, dan cuenta de que los discursos no son suficientes para cambiar la realidad. Tampoco las buenas intenciones sectoriales, por buenas que sean. El dicho de que otra cosa es con guitarra suena como una orquesta. Ampliar la base política es una necesidad técnica y operativa que requiere un reconocimiento del pasado reciente más justo, sobre todo en su valor institucional. Eso de Chile despertó debería ser ahora.

Por: Pablo Hübner