En medio de la publicación de resultados PAES, postulaciones y procesos de admisión en marcha, distintas voces han cuestionado la extensión y alcance que está teniendo la Educación Superior en Chile. Argumentan que el mayor acceso a la universidad, sobre todo de los sectores más vulnerables no es tan buena noticia, agregan que la gratuidad provocó que las Ues -públicas y privadas- aumentaran sus vacantes, en algunos casos, más allá de la demanda del mercado laboral.
Las afirmaciones pierden de vista, a mi juicio, otros factores como el valor que la Educación tiene para las familias y sus expectativas de movilidad social. Tampoco el valor de la formación en sí misma en términos de enriquecimiento y crecimiento personal y colectivo.
En un escenario de vertiginosos cambios tecnológicos, es difícil anticipar con cinco años cuáles serán los requerimientos del mercado laboral. Más aún cuando en Chile, académicos y estudiantes no conciben otras formas de ingreso que no sea desde el primer año a una carrera. Lo que es claro es que quienes desertan o abortan sus estudios sí quedan en una situación muy desmejorada en todo sentido.
Los invito a salir del cuadro y preguntarse con qué situación podríamos compararlo. Por cierto, que el análisis no es fácil, pero es legítimo preguntarse si esos jóvenes que hoy ingresan o han egresado de la universidad, en un análisis teórico, ¿hubiesen tenido mejor calidad de vida sin estudiar o estudiando una carrera técnica? La respuesta queda abierta, pero hay que pensarla con cuidado, mucho cuidado.