Dr. Franco Lotito C.
Conferencista, escritor e investigador (PUC)
“Para un niño, la violencia es una experiencia abrumadora, incontrolable y terrible, y sus efectos emocionales pueden permanecer durante toda la vida” (Dr. Stephen Grosz).
De acuerdo con el Diccionario de Psicología de Friedrich Dorsch un trauma se define como una “vivencia que afecta profundamente a un individuo”, y se trata de “vivencias, cuyas características son de espanto, angustia, gran repugnancia, etc., que dejan consecuencias persistentes en las personas”.
Aquellos traumas que se producen durante el período de la infancia dejan marcas y huellas que, posteriormente, continúan teniendo efectos en la etapa adulta. La razón es bastante simple de comprender: estos traumas están en lo profundo de la mente y del estrato emocional de las personas, y se manifiestan bajo la forma de malestares, trastornos severos y/o dificultades para alcanzar una vida plena y satisfactoria.
Ahora bien, ¿qué determina que los traumas sean tan intensos y dejen huellas tan profundas? Algunos factores son: grado y extensión del daño perpetrado en contra del menor, frecuencia con que ocurren, edad del menor en la que acontecen, si existen o no recursos psicológicos disponibles para enfrentar dichos traumas y el apoyo o la ayuda con los que se hayan contado. Revisemos algunos de los traumas más graves:
*El abuso sexual: es uno de los traumas más graves, ya que se trata de una terrible experiencia que el menor vive como un atentado en contra de su integridad física y psicológica, y las consecuencias pueden perdurar durante toda la vida.
*El abuso emocional: está relacionado con acciones tales como la violencia verbal constante, la ausencia de muestras de cariño y afecto por parte de su entorno familiar, recurrentes episodios de humillación y menosprecio.
*El abuso físico: tiene lugar cuando se producen lesiones en el cuerpo del menor como consecuencia directa de la agresión realizada por un adulto en contra del niño. Este tipo de maltrato determina que un menor sea más vulnerable ante agentes externos que pueden precipitar una enfermedad mental o física.
*El maltrato por negligencia o desatención por parte de la familia del menor: esto tiene que ver con la falta de protección ante sus necesidades básicas, así como de la presencia de riesgos potenciales para los menores, tales como ambientes donde prima el alcohol y la droga. La privación de cuidados básicos genera carencias físicas, psicológicas y sociales.
*La violencia ejercida en contra de la madre del menor: los menores que son testigos del maltrato hacia la madre presentan un riesgo muy alto de desarrollar trastornos como ansiedad y depresión. Asimismo, es más factible que, posteriormente, ejerzan violencia en la vida adulta. También es muy común que experimenten sentimientos de culpa por no haber estado en condiciones de ayudar o salvar a la madre de la violencia.
*El abuso de sustancias en el hogar: estos menores presentan un mayor riesgo de convertirse en futuros consumidores de drogas y alcohol, así como también padecer de trastornos del estado de ánimo y una serie de problemas de salud mental.
*El encarcelamiento de uno de los padres: el niño no sólo pierde el contacto con el progenitor, sino que, además, presenta niveles más altos de estrés, experimentando “una sensación de pérdida continua lo que genera trastornos de apego, síntomas de estrés postraumático, déficit atencional”, entre otros.