Nuestra misión como padres, es preparar a nuestros hijos(as) para que puedan enfrentar la vida y ser felices. Esto último, es lo que deberíamos considerar como “ser exitosos”. Ser feliz, es mucho más importante que tener bienes materiales y estos, tampoco aseguran la felicidad. Tratar de ser feliz y hacer felices a los que nos rodean, debería ser el objetivo de toda persona. La educación que desarrollamos los padres con nuestros hijos(as), no es otra cosa que un complejo proceso de formación por competencias, inmerso en un contexto emocional muy potente que pretende su felicidad. Competencia, es la capacidad de responder a las exigencias individuales o sociales para resolver un problema, combinando habilidades prácticas y cognitivas, conocimientos, motivación, valores, actitudes y emociones para actuar de manera eficaz (OCDE; 2012). Las competencias no se desarrollan a través de la teoría, sino de la práctica. Desde ese punto de vista, la mejor preparación que podemos dar a nuestros hijos(as), es que vivan diversas situaciones para que puedan desarrollar las habilidades para resolver exitosamente esos problemas. Cuando los padres tratamos de resolver todos los problemas de nuestros hijos(as), “para que no sufran”, “para que no se enfrenten al dolor o la pena o la frustración”, lo(a) estamos privando de poder desarrollar sus propias herramientas y estrategias para enfrentar y resolver esas situaciones. El dolor también enseña. La pena también enseña. Desarrollan resistencia y reciedumbre (como dice un Rector de un conocido Colegio Puertovarino). Al sobreproteger a nuestro hijo(a), paradójicamente, logramos en el largo plazo lo contrario: desprotección o indefensión ante las pruebas de la vida, pues no tuvo el tiempo y la oportunidad de desarrollar herramientas y habilidades personales para superar los problemas. Papá o Mamá, deje que su hijo se “machuque”. Eso curtirá su carácter y su espíritu. Eso lo obligará a reconstruirse frente al error o el fracaso. Eso le enseñará a crear sus propias estrategias personales para que la pena o el dolor no aplasten sus ganas de vivir o sus ganas de realizar sus sueños.
Pero para un padre o una madre que ama a su hijo(a), esto no es fácil. Deberá luchar contra su instinto natural de protegerlo(a). Deberá dejar que cometa equivocaciones y…¡¡¡dejar que sufra!!!
En esos momentos, piense en el provecho que su hijo(a) finalmente, obtendrá de esta experiencia. Confíe que este es mejor camino, que pavimentar con soluciones la senda que transita su hijo(a).
Esta forma de actuar, debe iniciarse en el colegio a través de pequeñas acciones: no lea usted el libro para después contárselo; es un desafío que él (ella) tiene que superar. No haga usted la famosa maqueta de palitos de helado; aunque a él (ella) le quede fea o “chueca”. No se meta a tratar de resolver los problemas que su hijo(a) tiene con otros compañeros(as); debe aprender a hacerlo solo. Pero…¡¡¡cuidado!!! No confunda dejar de sobreproteger con dejar solo(a). Usted siempre debe estar “observando” a distancia los procesos de su hijo(a), para poder intervenir oportunamente y dar consejo, apoyo y MUCHO AMOR cuando las cosas no le estén resultando como esperaba. Los padres debemos ser una fuente inagotable de amor y paciencia, mientras nuestros hijos(as) viven sus procesos, desarrollan sus competencias y aprenden a enfrentar y resolver los desafíos que la vida les va colocando en su camino. Con nuestro apoyo de padres, ellos(as) sin duda, van a ser exitosos. O sea; podrán ser felices y entregar felicidad a otros.
Gonzalo De los Reyes Serrano
Magister en Educación; Coach en Parentalidad Positiva;
Director de la división Patagonia en la Fundación Innovación Educativa Chile