• 20 de Marzo

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La familia: núcleo fundamental para la formación de valores

Dr. Franco Lotito Catino

Investigador, escritor y conferencista (PUC)

 

“La familia es una de las obras maestras de la naturaleza” (George Santayana, filósofo, poeta y escritor español)


La familia representa un espacio primordial de seguridad y la base fundamental para la construcción de la identidad de una persona, de su autoestima, así como de los esquemas de convivencia social y valores que guiarán su devenir por la vida en la sociedad donde esté inserto.

El Dr. Christian Skoog, representante de la UNICEF y experto en Salud Pública, asegura que “la familia es el medio natural para el crecimiento y el bienestar de los menores, el lugar ideal donde los niños comienzan a descubrir el mundo, a relacionarse con los demás, a interactuar con el entorno  y a desarrollarse como seres sociales”. Es el mejor lugar donde los menores pueden experimentar una sensación de seguridad, protección, cuidados y la confianza suficiente para encontrar el apoyo que necesitan.

Es por esto, que la familia debe promover el desarrollo y educación de los menores bajo un marco de valores y principios que les enseñe a respetar las múltiples diferencias durante su proceso de crecimiento hasta convertirse en adultos responsables por medio de los recursos, habilidades y los valores recibidos a fin de que puedan enfrentarse con éxito a los restos y desafíos que le deparará la vida.

Todas las personas son seres sociales que asumen y adoptan una serie de valores –o antivalores– dependiendo del tipo de familia en la cual nacen, crecen y se desarrollan. Aquí yace, justamente,  el valor de las familias funcionales, aquí reside su capacidad de crear un ambiente protector para sus integrantes, de ofrecer un hogar con cimientos fuertes donde se transmiten valores, ideas, sentimientos, creencias, buenos hábitos.

La familia es el lugar donde los menores aprenden las estrategias necesarias para enfrentar y solucionar los problemas con los que se topan, aquí aprenden a regular sus impulsos y emociones, a ponderar las decisiones que tomen en la vida –con sus riesgos y consecuencias– y, por sobre todo, a sobreponerse y recuperarse de las crisis y situaciones adversas de la vida.

En aquellas familias donde se entrega amor, donde se enseñan valores, donde se promueven normas de comportamiento, donde existen límites claros y se establece una comunicación de carácter funcional, los menores desarrollarán actitudes de respeto y buen trato hacia los demás, de respeto a los sentimientos y derechos de los otros. En este sentido, si se educa a los menores en el amor y en el respeto a todas y a todos, basados en la dignidad, comprensión y la aceptación, los menores se convertirán en personas adultas responsables de sus actos, libres y autónomas, con una mayor capacidad para disfrutar de su vida y eso, sin duda alguna, lo podrán, posteriormente, legar a sus propios hijos e hijas.

El Dr. Skoog destaca asimismo, que este “papel de la familia está sustentado por la evidencia científica que demuestra cómo el desarrollo físico, neurológico y afectivo de todo niño o niña se da adecuadamente cuando los cuidadores atienden de manera oportuna sus necesidades y, además, les brindan apego, afecto y cariño”. Esto es particularmente relevante durante los primeros años de vida de los menores, ya que es la etapa cuando éstos desarrollan el 80% de su cerebro, razón por la cual, la estimulación de los menores resulta ser un proceso crucial y clave.