En las últimas semanas hemos visto el recrudecimiento de la violencia escolar en nuestro país. En liceos de Antofagasta, Copiapó, Lota y Puerto Varas estudiantes atacaron a otros jóvenes con armas blancas. El caso ocurrido en el Biobío fue el más grave, ya que la víctima falleció debido a las lesiones. En las comunidades escolares también denuncian que es habitual que alumnos asistan drogados a clases y generen otros inconvenientes.
Resulta claro que la situación está desbordada. Si bien es tarea de los colegios actualizar constantemente los reglamentos de convivencia y establecer sanciones, existen muchos asuntos que no pueden resolver solos, ya que exceden las competencias de quienes integran la comunidad y que se dedican primordialmente a la prevención.
En esa línea, es bueno mirar lo que otros países han hecho al respecto. En Estados Unidos, por ejemplo, hace décadas comenzaron a aplicarse los programas Head Start y Perry Preschool. Ambos están enfocados a garantizar un apoyo y una instrucción integral y de calidad a niños de edad preescolar. Esos menores comenzaron a ser supervisados hace 50 años y el seguimiento hoy indica que desarrollaron mejores habilidades cognitivas y socioafectivas en comparación con quienes no participaron del programa. Además, fueron menos proclives a abandonar la escuela, accedieron en mayor porcentaje a la universidad y redujeron considerablemente su participación en hechos de violencia o delictuales.
Dicho de otro modo, la inversión destinada a la prevención en edades tempranas permitió lograr mejores resultados -y menos costosos- que los obtenidos cuando las medidas se aplicaron de manera tardía. A la luz de los lamentables acontecimientos protagonizados por estudiantes armados a lo largo de Chile, las autoridades competentes debieran considerar este asunto como “tema país” y abordado en conciencia. De lo contrario, seguiremos lamentando casos de estudiantes agredidos -o bien detenidos- por enfrentar sus diferencias de la peor manera.