• 19 de Abril

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Señora Directora:

La desconfianza que hoy vivimos puede llegar a convertirse en una gran herida social, con varias capas de profundidad, cuando unos a otros llevamos tiempo mirándonos de reojo y atemorizados vemos posibles enemigos en cada vuelta de esquina.

Resulta muy difícil en una cultura de la sospecha y del prejuicio que restauremos los lazos de confianza que se han ido perdiendo, en las instituciones, en la clase política, en las autoridades, en fin, en todo lo que implique delegar y descansar en el otro; así la cohesión social se vuelve resquebradiza y vulnerable.

¿Por qué pensar que este tema debiera incomodarnos? Porque la confianza constituye parte importante del hábitat humano, el tejido social necesita de la incondicionalidad y la gratuidad, porque ella es la que genera lazos personales firmes y arraigados.

La familia y la escuela son el lugar privilegiado para formar la capacidad de generar vínculos significativos y estables; de formar la coherencia de la actuación ética y esa condición futuriza de las personas que se juega en la capacidad de prometer de un ser humano, capacidad que se adelanta al futuro y asocia con él.

Como país nos prometen unos y otros, y es dudoso que se pueda prometer futuro cuando los que prometen van siendo zarandeados por los vientos de la ocasión. Hacer de nuestros niños y jóvenes personas de palabra cumplida es un desafío incuestionable, porque prometer es una acción soberana, pero también una acción que si no la educamos corre serios riesgos; así lo expresa Chesterton: “El hombre que hace una promesa se cita consigo mismo en algún lugar y tiempo, el peligro que esto conlleva es que no asista a la cita”.

 

SOLANGE FAVEREAU C.

Académica facultad de Educación

Universidad de los Andes