• 24 de Abril

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Para el montañista, la experiencia de la Ruta de ascenso es tan o más importante que la de hacer cumbre. Es que el camino que escogemos recorrer tras alguna meta, resulta tanto o más memorable que el alcanzarla o no. Esto ocurre porque la forma que elegimos para realizar un proyecto es - en la práctica - más fundamentalmente transformadora que su concreción, al punto que “en el camino” más veces que menos, cambiamos nosotros y también el proyecto. Y esta sabiduría bajada de la montaña resulta especialmente importante, si los proyectos que nos proponemos involucran metas más referenciales que alcanzables.

Tal es el caso de un proyecto común de Desarrollo, fundamental para nuestra convivencia y nuestro futuro.

Chile quiere alcanzar el Desarrollo y aunque existen diversos matices, diversidad de miradas por ejemplo entre ecologistas e inmediatistas, entre izquierdas y derechas o entre materialistas y humanistas, hoy todos concordamos que Desarrollo es más que crecimiento económico, que involucra las generaciones pasadas y futuras, y que tiene mucho de armonía y equilibrios, de potenciar la vida en libertad para todas las criaturas y que su materialización tiene más de utopía y de referencia que de evento cronológico, medible o concreto.

Quizá por eso hoy los habitantes del mundo supuestamente desarrollado no se ven más contentos que los de algunos subdesarrollados y en consecuencia las controversias contingentes se dan especialmente en relación a la estrategia, a la forma práctica, a la Ruta que elegimos para movilizarnos como comunidad hacia el Desarrollo, más que en la discusión de lo que eso significa.

Aquí propongo que un buen comienzo es el de elegir un camino que no hipoteque ni destruya la vida, un camino que respete los espacios y los tiempos de las criaturas que formamos parte de la dinámica integrada del planeta, una Ruta que sea respetuosa de aquellos delicados equilibrios que preservan las más diversas formas en que la vitalidad se manifiesta. Y esto por una razón lógica, porque la destrucción de esos equilibrios es nuestra propia destrucción, no sólo la biológica y observable por ejemplo como consecuencia del Calentamiento Global, sino también la del hombre interior, porque nuestro espíritu no es sustancia, sino una red universal sensible y muy potente, que nos mantiene vinculados a todo lo demás.

En consecuencia propongo evaluar con reservas la tiranía tecnológica que hoy nos impone el ritmo frenético de la fibra óptica, el ruido vociferante de la sobre información, la desintegración y hacinamiento producidos por el gigantismo de las economías de escala y sus monopolios, la asfixia de los deshechos causados por la obsolescencia intencional y el autismo creciente que produce la inmediatez invasiva y esclavizante de la vida digital. Propongo por lo tanto desoír el llamado persistente a adaptarnos ciegamente a esta locura colectiva o morir. Y esto también por una razón lógica, porque si cedemos sumisos nuestros espacios y tiempos a esta invasión tecnológica, mecánica y repetitiva, perdemos contacto con la realidad y caemos víctimas de la anomia, de esa muerte por aburrimiento que nos mata por dentro, desarticulando irreversiblemente nuestro ser y nuestra vida en comunidad. Porque la realidad refleja la vida y si bien ella se manifiesta en las notables regularidades y simetrías que nutren las tecnologías, de igual manera lo hace en la asombrosa belleza de sus sorpresas y particularidades, en esa chispa de vida que cobijan las infinitas posibilidades de su desorden, en el oasis fundamental del ritmo y la escala humanos cuando están vinculados a la naturaleza y al resto de las criaturas, allí donde termina el escapismo y encuentra cobijo la raíz reflexiva de la libertad.

Pero además, como parece improbable cambiar desde nuestro pequeño lugar del sur del mundo la dirección del planeta, propongo por razones prácticas concentrar nuestros esfuerzos en Chile, y más aún hacerlo en Puerto Varas y sus alrededores, un pequeño espejo de la realidad contemporánea, pero que como pretendo mostrarles más adelante, cuenta con todos los elementos necesarios y posee extraordinarias condiciones para dar inicio a este cambio. Un cambio lógico y necesario, que no discrimina ni se impone, que es conciliatorio aunque urgente, porque es hijo de la razón pensada y vivida, y no de los ideologismos o pasiones transitorias ni de un impaciente romanticismo juvenil.

Pablo Ortúzar A.