• 11 de Mayo

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Hasta hace un tiempo no tenía la menor idea de Labatut y su Verdor terrible. Pero llegó mi hija de visita y junto con el abrazo alegre de bienvenida, puso en mis manos un regalo envuelto, que supe de inmediato lo que era. No obstante, me encontré en presencia de un libro desconocido. –No sé si va a gustarte- me dijo la hija. Y un poco por quedar bien con ella, inicié la lectura, cual salto al vacío, medio incómodo al principio, pensando en mi lista de pendientes que no podría abordar por unos días.

De partida no sé de qué género va este libro. Por esa tendencia a encasillar las cosas, traté de identificar si esto es biografía, ensayo, novelas cortas o qué se yo. Así es que no tengo una respuesta de qué género va, pero me importa un carajo. Porque lo que leí me gustó, está escrito con una prosa amena y sencilla, a pesar de tratar temas complejos, pero principalmente me hizo pensar. Intentar pensar en cuestiones profundas, a las que uno siempre evita darle vueltas por lo inquietantes o complejas.

La ciencia es un yacimiento de ideas y argumentos para la literatura. Es el yacimiento que explota Labatut. Las historias de los descubrimientos que cambiaron el mundo, la búsqueda del conocimiento a todo trance, la obstinación por explorar lo desconocido, a través de personajes únicos, genios imperfectos, muchas veces víctimas de sus propios hallazgos.

Están los casos como el de Fritz Haber,  padre del salitre artificial, un fertilizante que permitió salvar de la hambruna a millones. Pero también fue el padre de la guerra química que condenó a otros millones. Y ganó el premio Nobel de Química. Y a un costo familiar terrible.

Alexander Grothendieck descubrió una extraña entidad en el centro de las matemáticas: “El corazón del corazón” lo denominó. Lo que descubrió allí lo volvió místico y ermitaño por el resto de su vida. Y nunca quiso volver a sus exploraciones matemáticas, pese a que afirmó que “Hacer matemáticas es como hacer el amor”

Heinsenberg y Bohr, con su principio de la incertidumbre, hicieron enfurecer a Einstein, quién señaló muchas veces “¡Dios no juega a los dados con el universo!

Son cinco secciones o capítulos, 216 páginas en que Labatut combina hechos reales con ficción. Me guardaré muchas cosas de esta lectura, pero especialmente me quedo con la paradoja del jardinero nocturno y el limonero que llega a la vejez.

Este muchacho Labatut, chileno, que en las citas de su Verdor terrible pone “Los átomos que despedazaron Hiroshima y Nagasaki no fueron separados por los dedos grasientos de un general, sino por un grupo de físicos armados con un puñado de ecuaciones”; tiene otros libros publicados, el último se llama “Maniac”, publicado en inglés. Pese a lo que le leí en este libro, no es para relajarse y quedarse tranquilo, creo que lo seguiré leyendo. Ha sido un gran descubrimiento y le agradezco a mi hija este regalo. Prometo devolverle la mano con la ayuda del Viejo Pascuero.

P.D. Hace poco este libro fue seleccionado por el New York Times dentro de la lista de los 100 mejores libros del Siglo XXI. Solo hay cinco de autores latinoamericanos en esa lista.