• 23 de Abril

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"Las añoranzas de Puerto Varas de Juan Barrientos Oyarzún" Por Rafael Piquer A. Investigador en Historia de la Región de Los Lagos

En las tardes de cacho en el Hotel Heim se juntaba mucha gente, desde el Gobernador, al Alcalde, policías, bomberos, todos amigos, a matar un poco la tarde, porque en Puerto Varas, a las 7 de l...

En las tardes de cacho en el Hotel Heim se juntaba mucha gente, desde el Gobernador, al Alcalde, policías, bomberos, todos amigos, a matar un poco la tarde, porque en Puerto Varas, a las 7 de la tarde, las calles eran un desierto.

“Añoranzas de Puerto Varas”, Juan Barrientos Oyarzún, “El Diario Austral”, 17-10-199.


Algunos días atrás, en su edición de abril 16, “El Llanquihue”, informó del fallecimiento de don Juan Barrientos Oyarzún (1926-2022), a los 96 años, periodista vastamente conocido y una de las glorias viviente de esa actividad en nuestra región: fue testigo de muchos acontecimientos del siglo pasado, en su condición de periodista de los diarios “El Llanquihue” y “El Diario Austral”, ambos de Puerto Montt.

Al comenzar su carrera, don Juan, trabajó como corresponsal estable de “El Llanquihue”, en nuestra ciudad y, por lo mismo, pudo conocer el Puerto Varas de los años 40 y 50 del siglo XX, guardando en su memoria muchas situaciones de un pasado puertovarino, que, si tomamos el título de una de las obras de don Eduardo Balmaceda V. (1895-1969), podríamos decir, son parte de “Un Puerto Varas que se fue”. Por ello, en esta ocasión reproduciremos sus añoranzas de Puerto Varas, publicadas el año 1992, en el desaparecido “El Diario Austral” de Puerto Montt, a causa de los hermosos recuerdos con que nos invita a viajar en el tiempo y, también, como un humilde homenaje a un caballero, de los que se veían antaño. Leamos y disfrutemos, entonces, este verdadero festín de remembranzas puertovarinas:

«Puerto Varas de antes, ¡cómo has cambiado! Para los que la vieron hace medio siglo, parece increíble. La iglesia es la misma, con mejor vista ahora, porque se cortaron los añosos árboles que la protegían del viento, pero la ocultaban a la vista. Ya no está el padre Krause, que defendía a combos los prados de la Gruta de la Virgen, cuando no tenía rejas. Era abierta hasta que Walter Niklitschek hizo un excelente arreglo. Una vez lo vi trenzado con un carretonero, cuya cabalgadura estaba pastando en los prados de esa gruta. Le increpó la falta de respeto, y nunca más hubo caballos por allí. El cura Krause se fue después a Cochamó, donde tuvo su última actividad.

Eran los tiempos del alcalde Teobaldo Kuschel y del gobernador Horacio [Tocho] Montealegre, cuando los duelos del clásico del futbol entre el Manuel Rodríguez y el 21 de Mayo se comentaban toda la semana. Dos hinchas hasta la raíz del pelo, uno por lado: Pocho Adel del 21 y Evaldo Klein rodriguista hasta el final.

Las ferias ganaderas de los miércoles eran inolvidables. Ese día había platos especiales en todas las pensiones y restaurantes. La empanada no faltaba en ninguna parte, desde el Bar Central de Esteban Vargas, pasando por los hoteles Heim y Playa, hasta el Rancho Grande y la Pensión Martínez a la calle de la Estación. Pato estofado, ganso asado al horno, cazuela de gallinas de campo y los más variados postres.

En la Feria la plata corría como el agua. Unos vendían y otros compraban. Yo ejercía de corresponsal estable de “El Llanquihue”, y a la oficina llegó un miércoles por la mañana el agricultor Alfredo Neumann, muy conocido y bonachón. Era accionista del diario, además. Me encargó un maletín, de esos que usaban los médicos del siglo pasado. Lo dejó por un rincón y se fue. Al mediodía, después de despachar el primer sobre con notas del día en el bus de Walter Niklitschek, vi que el maletín estaba abierto y los billetes regados a su alrededor. Había desde 10 pesos hasta “congrios” de cien. No pude ir a almorzar, esperando al caballero que pasó muy tranquilo a retirar su maletín a las 2 de la tarde para ir a comprar cachudos a la Feria. No le dio ninguna importancia que estuviera abierto. Después me mandó mantequilla, queso y medio cordero de regalo, que consumimos en la vulcanización de René Martínez.

En las tardes de cacho en el Hotel Heim se juntaba mucha gente, desde el Gobernador, al Alcalde, policías, bomberos, todos amigos, a matar un poco la tarde, porque en Puerto Varas, a las 7 de la tarde, las calles era un desierto. “Me gusta la tranquilidad, por eso me quedé”, decía siempre Miguel del Corral, un ex jefe de Investigaciones, que fue dueño del Hotel Playa, Comandante y Superintendente de Bomberos. Y de peluqueros, ni hablar, allí estaban las mejores navajas y tijeras: Klenner, Barrientos, Rivera y Figueroa, con el corte y el estilo de moda. También estaba el Rancho Grande, que hoy alberga el Casino, y Puerto Chico, en ese tiempo … sí que era chico.»