• 10 de Diciembre

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Hace tres semanas, yo vivo en Santiago, empecé a sentirme levemente resfriada y un tanto decaída, y un llamado telefónico, me anunció que había estado, por razones de trabajo, con alguien contagiado con coronavirus. El paso siguiente fue realizarme el examen y esperar la respuesta. Luego de cinco horas, el 15 de marzo, fui notificada como positivo.

¿Qué hice? En lo inmediato, tomar varias medidas que involucraron no solo a mi familia, sino también a la comunidad del edificio. Conseguimos comida, remedios y nadie salió nunca más de la casa. Y, con una fecha estimativa de mi contagio, llamé uno a uno a todas las personas con las que me había reunido en los últimos días para avisarles de mi enfermedad.

En mi trabajo, Fundación Niños Primero, decretamos cuarentena inmediata para Santiago, lo que significó que el equipo de 7 personas comenzó a realizar teletrabajo. Igualmente, el lunes 16 de marzo, detuvimos nuestro trabajo en terreno a lo largo del país, porque empezaba a aumentar el riesgo de contagio. Nuestras 50 monitoras estaban muy expuestas, pues el trabajo consiste en hacer visitas domiciliarias de estimulación temprana. Sin embargo, esto significaba que las 450 familias que participan de Fundación Niños Primero se quedaban sin su intervención semanal y que el equipo de monitoras perdía su trabajo. ¡Debíamos hacer algo urgente!

Paralelamente, éramos 4 las personas contagiadas en el trabajo. Todas, empezamos a transitar desde el “simple resfrío” a los síntomas descritos por los médicos: dolor de cabeza, algo de fiebre y tos y la fuerte pérdida del olfato y gusto. Lo más complejo era tolerar un malestar general intenso -para el cual los médicos solo recetan Paracetamol- y que además hace sentir dificultad intensa al respirar, una sensación sofocante que nunca antes había sentido.

Pese a estas dificultades, en cinco días echamos a andar un piloto de teletrabajo para la Fundación con el propósito de que nuestras 450 familias siguieron recibiendo sus sesiones semanales de estimulación temprana, pero ahora de manera virtual. Las monitoras siguieron “yendo a las casas”, los mismos días y en los mismos horarios, pero de manera remota, viendo y trabajando con sus niños y mamás por video llamadas. También, los niños han seguido recibiendo semanalmente sus libros y juguetes educativos, pues se los llevaron las monitoras a sus casas, de una vez, bajo estrictas medidas de seguridad.

Por suerte mi caso no pasó a mayores. O tal vez no fue solo suerte. Tengo el privilegio, que no tienen muchos de los enfermos, de poder acceder a centros de salud con rápido diagnóstico, de contar con el apoyo y contención de mi familia, de tener espacios para hacer aislamientos y de encabezar un sólido equipo de trabajo que me permitió estar tranquila durante mi enfermedad. Hoy, mirando atrás, creo que esta fue una de las claves de mi pronta recuperación.

Así, luego de casi tres semanas, ya me siento bien, pero debo reconocer que aún con todos los apoyos que tuve, padecer coronavirus no es solo una enfermedad física, sino también un proceso sicológico largo y lento, repleto de dudas y angustia. Y, en el que es clave, pese al estricto aislamiento, recibir apoyo y contención de los más cercanos.

Hoy creo necesario compartir mi experiencia, para hacer un llamado a tomarse con mucha responsabilidad las medidas de precaución que se han implementado en el país. Contagiarse es algo peligroso y que no está lejos: doy fe de ello. Por eso, es fundamental evitar andar circulando por las calles como si nada ocurriera.

El alto nivel de contagio de este virus pone en riesgo la salud de todos y, con mayor fuerza, de quienes viven en contextos vulnerables y en espacios reducidos, quienes simplemente no se pueden aislar del resto de sus familiares. ¡A ellos les toca mucho más duro!

Por nuestros niños, por las personas de la tercera edad y por los enfermos les pido: Quédense en casa.

Anne Traub

Directora Ejecutiva Fundación Niños Primero.