• 28 de Marzo

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Si algo ha caracterizado el último lustro en Chile, especialmente en cuanto a temas sociales refiere, sin lugar a dudas el feminismo ha sido uno de los más comentados y que mayores reacciones genera cada vez que sale a la palestra. Normalmente se tiene asociar a la ideología de izquierda y a cuestiones tales como, por ejemplo, aborto libre, entre otros.

Ahora bien, una de las mejores definiciones de feminismo (en mi opinión) la podemos encontrar en la literatura de la ideología política (que es distinta a la ideología partidista). En ésta observamos que el feminismo se define como “una gama de movimientos políticos, ideologías y movimientos sociales que comparten un objetivo común: definir, establecer y lograr la igualdad política, económica, personal y social de los sexos, incorporando tanto a las mujeres como a los hombres. ¿Hombres? Sí. Porque el feminismo lo que busca reivindicar es fijar un marco, un contrato social de mutuo acuerdo entre las partes, donde ambos géneros tengan igualdad y no exista segregación y discriminación más allá de lo que la propia naturaleza y genética establecen como factores para su definición como tales. En definitiva, el objetivo del feminismo apunta a la igualdad de derechos y oportunidades de los sexos, pero considerando que para eso se tiene que trabajar en la defensa de los derechos de las mujeres. En este sentido bien cabe preguntarse por qué entonces no se llama “igualismo” y la respuesta a esta interrogante es que, en términos simples, son las mujeres las que se ven afectadas con la desigualdad tanto existente como latente.

Para entender lo que el feminismo busca lograr bien vale contextualizar algunos de los hitos que han marcado tanto la historia como relato del movimiento. Por ejemplo, lo que se conoce como la “primera ola de feminismo” tuvo lugar a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Ahí, la bandera de lucha tenía relación con entregarle a la mujer el derecho a voto. Logrado eso las motivaciones de este movimiento han ido evolucionando: fin de la violencia doméstica (tanto para hombres como mujeres), discusión sobre los derechos reproductivos de la mujer (tema que ha encontrado tanto adherentes como detractores en la interna del movimiento) y terminar con la brecha salarial entre hombres y mujeres, entre otras cosas. De hecho, sobre este último punto, un estudio dado a conocer en octubre de 2018, realizado por el Centro de Estudios Públicos, determinó que la brecha salarial en Chile se ha mantenido alrededor de doce años, donde los hombres percibimos un 20% más que las mujeres, en igual trabajo a igual nivel de estudios.

Cómo podemos observar lo que el feminismo busca es, en términos simples, “emparejar la cancha” entre hombres y mujeres. Lo anterior contrasta con la idea de rivalidad que se ha querido instalar, puntualmente desde sectores tales como el partido comunista y el frente amplio, donde han construido un ethos asociado a que los hombres, por naturaleza y condicción, seríamos rivales o contrarios al feminismo, algo que no puede estar más alejado de la realidad (salvo por los sectores conservadores donde no hay mucho más que hacer salvo, ciertamente, entenderlos y quererlos). El feminismo es una oportunidad no sólo para dialogar y tender puentes, para encontrarnos e invitarnos tanto a la reflexión como construcción colectiva de la sociedad en la cual vivimos y en la cual queremos vivir, la que queremos heredar a las futuras generaciones. Tanto hombres y mujeres nos necesitamos mutuamente para avanzar y generar condiciones de justicia social y equidad que extrapolan a los ideologismos oportunistas propios del quehacer político y a eso debemos apuntar: porque llámele “igualismo” “feminismo” o incluso “mujerismo”. Aquí lo relevante es que todos somos sujetos en derechos, con igualdad de condiciones, de derechos y de deberes. Si somos consecuentes a estas ideas, y dejamos el oportunismo de lado, sin lugar a dudas seremos capaces de avanzar hacia una nación próspera, armónica y donde verdaderamente el desarrollo sea algo palpable y no sólo una mera declaración de buenas intenciones. A eso estamos llamados: a ser parte de este desafío y alcanzar la felicidad tanto individual como colectiva.

 

Por Rodrigo Durán Guzmán, magíster en comunicación estratégica, académico y periodista. UDP