• 29 de Marzo

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El mundo y la vida han adquirido un ritmo vertiginoso, velocidad que nos ha llevado a centrarnos en el presente y a la satisfacción inmediata de necesidades. Estamos en el universo de lo instantáneo, en el que muchos problemas se solucionan con un click, en donde el trabajo individual es más fácil que el trabajo en equipo, en donde el yo prima por sobre el nosotros y donde es mejor evitar algo complejo en lugar de esforzarse por mejorarlo.

Toda esta inmediatez nos ha conducido a hacer menores esfuerzos por establecer y mantener relaciones de largo plazo; a pensar que los vínculos se dan en forma espontánea y  que el aprendizaje de la convivencia se logra sin dirigirlo.

Pareciera que como sociedad se ha descuidado la enseñanza de los aspectos sociales y emocionales, considerando que se auto educan, se auto aprenden, se auto adquieren, que vienen implícitos en el propio repertorio conductual. Con ello, hemos minimizado el énfasis y las energías empleadas para planificar espacios de aprendizaje intencionados que creen una cultura de solidaridad, de cooperación, de tolerancia, de respeto, así como otras actitudes y valores que se fomentan en el convivir, siendo finalmente instrumentos y vehículos que promueven el bien común.

Uno de los aprendizajes más potentes para el despliegue de la vida social es la habilidad para construir consensos en la vida cotidiana, el ser capaces de convivir y gestionar los diversos puntos de vistas, sin partir a priori con la poca consideración hacia lo que es distinto a lo nuestro.

¿Cómo se aprende a tolerar y gestionar la discrepancia?, ¿cómo se logra trabajar en conjunto valorando lo diferente?, la clave inicial parece estar en la autoestima y autoconfianza acerca de los recursos personales, los que nos entregan el punto de apalancamiento para aceptar la diferencia sin percibir que perdemos valor o fuerza si nos equivocamos, que nos permite validarnos y validar al otro, sin sentirnos amenazados.

Otro aspecto básico es tolerar la frustración, en el sentido que no todo se presenta como esperamos, y que el que no se cumplan nuestras expectativas se convierte en un espacio de aprendizaje.

Además, se suma otra herramienta que es la escucha activa, la que exige un esfuerzo de empatía y apertura a focos diversos que nos pueden llevar a horizontes que no habríamos logrado visualizar sin la ayuda de otros: ver el mundo desde los ojos de otros.

Finalmente, como dejar de lado la asertividad, un recurso basado en el respeto a uno mismo y a los demás, que permite expresar lo que sentimos y nuestras discrepancias sin dañar a otros.

Con estas pocas ideas, vemos que los desafíos son múltiples y que obligadamente nos llevan -independiente del rol familiar y laboral que tengamos- a conectarnos genuinamente con nosotros y con los demás, nos obliga a intencionar la enseñanza de lo implícito y lo esperado en los escenarios cotidianos, valorando la convivencia como el producto de las interacciones que construimos por medio de la comunicación, en un entorno facilitador de aprendizajes vinculados a la educación del bien común.